En la segunda mitad del XVI surgen dos corrientes: una de inspiración italiana, petrarquista, y otra de inspiración clásica, horaciana. La primera, más florida, sonora, brillante y sensual, cultiva la poesía amorosa y sigue los pasos de Garcilaso. La corriente horaciana, de mayor sobriedad, prefiere la concisión de la lira y cultiva los temas morales y religiosos en forma de oda. Estas dos corrientes se han identificado, respectivamente, con la escuela sevillana de Fernando de Herrera y la salmantina de Fray Luis de León. Sin embargo, no parece apropiado hablar de escuelas enfrentadas. Los poetas sevillanos escriben con regularidad y perfección odas horacianas y, por otra parte, en la Salamanca de la segunda mitad del siglo XVI, Petrarca cuenta con excelentes imitadores, entre ellos el fray Luis de los sonetos y canciones.
Estas dos escuelas son las más importantes, pero no las únicas. Otras escuelas son la valenciana (que se nutre de las aportaciones de Ausías March y que alterna, igual que en Cataluña, la lengua castellana y la catalana), la vallisoletana y la escuela antequerano-granadina (que en estrecha relación con la sevillana, alza ya sus vuelos barrocos en ruptura con el clasicismo y se sitúa en la última etapa del siglo que nos ocupa y en el primer tercio del siguiente.
El poeta y clérigo sevillano Fernando de Herrera, apodado «el Divino», amaba la soledad, era uraño y tenía pocos amigos. Corregía sus trabajos cuidadosamente en busca de una perfección que nunca le parecía lograda; modificaba una y otra vez sus composiciones y llegaba hasta a rehacer por completo una obra entera si no le satisfacía.
Su lírica amorosa refleja con gran sentimiento una realidad vivida, ya que sintió una gran pasión por una mujer casada con Colón (biznieto del descubridor) y toda su lírica amorosa gira en torno a este amor. Jamás descubre en su poesía el nombre de la mujer amada, a la que alude a través de varios epítetos: Luz, Lumbre, Lucero, Estrella, Aurora, Sirena, Eliodora, etc. Sólo los íntimos amigos de Herrera conocían su secreto. Después de la muerte de su amada, Herrera renunció a la poesía y se dedicó solamente a los estudios históricos.
Herrera representa el enlace entre el Renacimiento y el Barroco, al mismo tiempo que la total nacionalización del petrarquismo y del italianismo. La poesía de Herrera da entrada a los motivos patrióticos y religiosos, al lado de los eróticos y pastoriles del Primer Renacimiento. Hay énfasis, grandilocuencia, cultismos latinizantes, complicación sintáctica, acumulación y brillantez de metáforas, elementos todos que anticipan el arte barroco.
Antes de su enamoramiento, Herrera quiso ser poeta épico. Entre su poesía épica destacan la Canción al señor don Juan de Austria, la Canción al Santo Rey don Fernando; pero la más destacada es la Canción a la batalla de Lepanto.
En 1580 publica Obras de Garcilaso de la Vega con Anotaciones de Fernando de Herrera, que es un libro en el que, como su título indica, se edita con comentario la obra poética de Garcilaso, pero que además recoge las ideas teóricos-estéticas de su autor, convirtiéndose en uno, si no el más importante, de los tratados de poética de la época. Hay que añadir un esbozo del Arte poética que nunca escribió, o que se perdió, junto con la Historia general del Mundo, también perdida.
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