domingo, 3 de marzo de 2019

HISTORIA DE ALMERÍA: CURANDEROS EN MOJÁCAR

“Siempre me habían interesado esos personajes extraños, como curanderos y brujas con ancestrales conocimientos sobre asuntos ocultos para el común de los mortales”, revela el investigador y editor al frente de Círculo Rojo, Alberto Cerezuela.
“En los 50 y 60 del pasado siglo XX, a caballo entre Garrucha y Mojácar, vivía Andrés ‘el de la ictericia’, apodado así porque supuestamente tenía poderes para solucionar este trastorno hepático”.
“El tío Andrés situaba frente a sí a los pacientes –relata el colaborador de Cuarto Milenio-, los miraba fijamente y emitía unos sonidos rarísimos. Tenía que ser una situación realmente impactante la que vivían las criaturas que acudían a él. Además, durante el ritual vomitaba saliva y, de esa manera, extraía la enfermedad, según cuentan quienes acudieron a su consulta”.
“También visitaba mucha gente a la Tía Cachocha, una curandera que vivía en Mojácar y curaba el mal de amores. Esta señora elaboraba un brebaje para que, quien lo tomara, cayera rendido a los pies de la persona que requería sus servicios”

“Para amarrar una relación que pasaba por momentos flojos –prosigue-, la Tía Cachocha vendía unos polvos que llamaba ‘pichirichis’. He hablado con parejas mayores que dicen estar juntos aún por el poder de esos remedios. Esta curandera ya falleció, pero estoy convencido de que sus productos tendrían una gran aceptación hoy, en esta edad de la teletienda en que vivimos”.
“Y es que la tía Cachocha proveía ‘pichirichis’, según contaba, para querer, para aborrecer y para entontecer. Llegó a decirle al periodista granadino Tico Medina, que la entrevistó, que recibía visitas de personas tan importantes que nadie se lo podría creer si se las revelaba”.

Cerezuela frecuenta las hemerotecas en busca de noticias. En una de esas ocasiones, encontró una información en un ejemplar de Diario de Almería de 18 de julio de 1926. El periódico abría su edición ese día con un artículo bajo el título de ‘Lo que de debe evitarse’.

“En ese artículo –explica-, su autor daba cuenta de que en el paraje mojaquero de Agua Enmedio, vivía un curandero ante cuya morada se formaban siempre colas de más de cien personas en busca de un prodigio o un milagro”“Acudían a él ciegos, paralíticos y toda clase de enfermos. Las crónicas dicen que los curaba y el conocido como Santón de la Sierra aseguraba que no cobraba, que ayudaba a la gente de manera gratuita, sin embargo, una de sus hijas permanecía inmutable junto a la puerta recabando la ‘voluntad’ a todo el que salía de la ‘consulta’ de su padre, que tenía el don de curar por ser el séptimo varón de siete hijos. Por cierto, era tal la afluencia de gente que requería sus servicios que fue necesario organizar un sistema de transporte que hacía tres viajes al día para acercar a quien lo necesitara hasta Agua Enmedio”.

LOS PODERES DE LA MENTE Y LA FE

“Yo creo –confiesa Cerezuela- que, en relación con estas cuestiones, existe el poder de la mente y el de la fe. No digo que hasta el punto de que un ciego pueda recobrar la vista mediante una simple imposición de manos, pero sí que pueda experimentar alguna mejoría sólo por la convicción que tiene ese enfermo de poder hacerlo”.

“A mí me han asegurado personas sobre las que no albergo ningún género de dudas –revela el investigador de fenómenos extraños- que han sanado gracias a la intervención de un curandero. Y no se trata únicamente de su testimonio. Me han enseñado informes médicos que daban cuenta de su estado de salud antes y después de haber sido sometidos a este tipo de rituales”.

“Mientras exista la fe –concluye-, la gente acude a aferrarse al último clavo ardiendo que pueda existir para tratar de resolver su problema. Como ocurrió en el caso del crimen de Gádor, que dio paso a la leyenda del sacamantecas o el hombre del saco”.

Cuenta Cerezuela que “en el verano de 1910, un agricultor adinerado llamado Francisco Ortega, estaba enfermo de tuberculosis y requirió, para sanar, los servicios de Francisco Leona, el curandero del pueblo, quien le aseguró que podía curarlo, pero que le iba a costar mucho dinero, porque tenía que aplicarle, a modo de cataplasmas, las mantecas de un niño”.
“El brujo contrató al tonto del pueblo, un tal Julio Hernández, que secuestró al crío de 7 años Bernardo González Parra, y lo transportó en un saco hasta el cortijo del rico enfermo”.

“Allí, en un sangriento y macabro ritual, el curandero clavó una navaja en el corazón de la desgraciada víctima y recogió su sangre en un vaso para dársela de beber al tuberculoso, a quien después aplicó las mantecas recién extraídas del vientre de la criatura”. “Como el agricultor no pagó el importe acordado, el curandero fue al juzgado a notificar que se había encontrado el cadáver del infortunado zagal en el monte, pero fue detenido y confesó e incriminó a todos sus compinches”.

“Francisco Ortega murió ejecutado a garrote vil, pero antes, durante su estancia en la prisión había mejorado de la tuberculosis que le aquejaba. ¿Fue un efecto del macabro ritual al que le sometió Leona? Eso nunca lo podremos saber, pero estoy seguro de que las condiciones en que vivió sus últimos tres años en la cárcel de Almería antes del día de su ejecución, no fueron los más propicios para curar un mal como el que padecía”.

“Casos como éste son los que empujan a pensar que, como ya he señalado, el poder de la fe puede alcanzar resultados insospechados. Por eso existieron, y aún existen, quienes se dicen brujos o curanderos”.

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