Mala cosa es que los debates sobre la libertad de expresión se contagien de la rivalidad habitual entre Real Madrid y Barcelona, donde cada aficionado y periodista pasional ven su propio partido. Así uno le marca los límites al otro mientras es incapaz de marcárselos a los suyos. Con la mejor de las intenciones se ha escuchado a gente afirmar que el arte no delinque. Lo cual es falso, porque el arte delinque exactamente igual que la fontanería, cuando se utiliza para injuriar, atentar contra el honor o atizar el odio. Otro problema es que nuestros gobernantes utilizan los instantes de alta tensión, con el apoyo emocional de la población, para aprobar leyes difusas y oportunistas. Ya los tribunales europeos han dicho, con buen criterio, que las injurias a la Corona no deben recibir un castigo distinto de las injurias a cualquier vecino. Y el delito de ensalzamiento del terrorismo, que se dictó bajo la amenaza etarra, concede tal amplitud de matices que parece raro que no se haya utilizado para cerrar la fundación Francisco Franco o paralizar la emisión de la serie Narcos.
Pero lo peor de todo es convertir a los jueces en críticos musicales. Millones de canciones son condenadas a diario al inmenso cajón del olvido, que es la pena máxima para un compositor. Las que permanecen lo hacen, como las viñetas del inolvidable Forges, porque dan con la clave que asocia lo cercano a lo universal y lo coyuntural a lo permanente de manera talentosa. No duden que la canción Al vent estaría olvidada si se titulara Caguémonos en Franco. Los censores son siempre débiles, personajes a la defensiva, que se protegen preventivamente de la posibilidad de perder su poltronita de poder por si se enfada el jefe. Existe una cosa que se llama contexto y que resuelve todos los conflictos en esta materia.
Los lectores de este periódico saben que la página dominical de El Mundo Today puede contener invenciones, manipulaciones y mentiras. Pero en la página siguiente eso sería delito. También resulta dramático tener que volver a explicar que Nabokov creó un personaje de ficción llamado Humbert Humbert que cuenta Lolita desde su mirada enferma. Por la misma estupidez, los billetes de diez libras británicos incluyen la imagen de la gran Jane Austen pero le atribuyen una frase que en realidad no es suya, sino de un personaje trepa y bobo de Orgullo y prejuicio. Películas, canciones, arte plástico proponen una distancia con la realidad suficiente para que los jueces se inhiban de juzgar contextos ficticios. Ya quisieron encarcelar a Madame Bovary pero seguimos sin aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario