domingo, 12 de enero de 2020

LA CASA DE BERNARDA ALBA. RESUMEN POR ACTOS.

ACTO I
Doblan las campanas. El escenario, una habitación blanquísima, puertas en arco, cortinas con madroños y volantes. Sillas de anea. Es la casa de Bernarda. Aparece la Criada, quejándose de lo molestas que son las campanas tocando a muerto, la Poncia –comiendo pan y chorizo- le da la razón. Comentan lo bien que estaba la iglesia durante el funeral, con muchos curas. Magdalena se desmayó, era la que más quería a su padre…

Pero la Poncia ha ido aprovechando que no está Bernarda para poder comer, Bernarda es una “mandona, una dominanta”. La criada le recrimina su actitud pero, a su vez, le pide algo de comer para su hija. Puede llevarse algunos garbanzos, en un día como este no se dará cuenta.

Desde dentro, una voz llama a Bernarda, es “la vieja”. Está bien encerrada, con dos vueltas de llave, pero la Poncia no se fía de ella. Inmediatamente vuelven a limpiar, todo debe estar reluciente para cuando llegue Bernarda (2), tirana sin corazón, que siempre tiene que ser más que nadie.

La Criada y la Poncia siguen hablando, han venido los parientes de ella, los del marido la odiaban. Están esperando a que lleguen de la misa, hay bastantes sillas, pero a la Poncia le da igual. Está cargada de ira. Lleva 30 años al servicio de Bernarda, entregada, sumisa, esclava. Sus hijos trabajan también en sus tierras para ella, pero está harta. Desearía escupirle hasta “ponerla como un lagarto”. Aunque no le envidia su vida. Se queda sola con cinco mujeres “feas”. Solo Angustias, hija del primer marido, tiene dinero, las demás solo tienen apariencia, puntilla bordada y camisas de hilo.

Vuelven a sonar las campanas, es el último responso y la Poncia se marcha a la iglesia para escucharlo, la Criada permanece limpiando. Una mendiga, con una niña, llega hasta la puerta. Pide las sobras, pero la Criada la despacha airada, las sobras de hoy serán para ella misma. Ya a solas, lanza una queja amarga… Al final, ricos y pobres, todos por igual en una caja. Antonio María Benavides ya no volverá a levantarle más las enaguas detrás de la puerta del corral. Ella ha sido quien más lo ha querido, “¿Y he de vivir yo viéndote marchar? (Tirándose del cabello)”.

Poco a poco van entrando las mujeres hasta que lo hacen Bernarda y sus cinco hijas. Su primera palabra es “¡Silencio!” mandando callar a la criada. Después la echa recriminándole que no esté todo tan limpio como debiera. Su actitud es de desprecio “Los pobres son como animales”. También tienen sentimientos, como apunta una mujer del duelo, pero los olvidan delante de un plato de garbanzos, sentencia Bernarda. También manda callar a una muchacha que interviene, “a tu edad no se habla delante de personas mayores”, y a su propia hija Magdalena, “si quieres llorar te metes debajo de la cama”.

Una de las mujeres pregunta a Bernarda por las labores del campo. Ayer empezaron los trabajos en la era, hace muchísimo calor. Bernarda manda a la Poncia llevar limonada a los hombres. Están en el patio y no entrarán en la casa. Una muchacha apunta que Pepe el Romano había asistido. Cuando Angustias lo corrobora, Bernarda ataja la conversación, “ella ha visto a su madre. A Pepe no lo ha visto ni ella ni yo”, “Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que al oficiante, y a ese porque tiene faldas. Volver la cabeza es buscar el calor de la pana”.

Con un golpe de bastón y un “Alabado sea Dios”, todas se santiguan y comienzan a rezar por el difunto. Finalmente, las mujeres van desfilando delante de Bernarda con frases de consuelo. Angustias sale por la puerta que da al patio, mientras la Poncia entra con una bolsa, es de parte de los hombres, dinero para ayudar con los responsos, les da las gracias con una copa de aguardiente.

Cuando Magdalena vuelve a llorar la manda callar de nuevo, el bastón golpea el suelo, “silencio”. La Poncia trata de agradarla, ha ido casi todo el pueblo pero Bernarda está llena de odio, han ido “para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas”.  Amelia trata de calmarla, no está bien hablar así, pero la Poncia se queja de cómo han dejado el suelo y Bernarda sentencia “Igual que… una manada de cabras” (7).

Tiene calor, pide un abanico y Amelia le ofrece el suyo. Lo tira al suelo, tiene flores, es impropio de una viuda. “Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre”. Martirio le da el suyo, ella no tiene calor y Bernarda sentencia: “Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo.”

Magdalena se rebela, pero Bernarda sentencia “Eso tiene ser mujer”, “Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón”.  La abuela sigue gritando. Cuando sale la criada se queja del trabajo que ha costado sujetarla a pesar de sus ochenta años. Tuvo que taparle la boca para que dejara de gritar durante el duelo; y todo para que Bernarda le diera agua de fregar y carne de perro.  También se ha puesto sus anillos y pendientes, decía que iba a casarse. Las hijas ríen la ocurrencia y Bernarda ordena a la criada que cuide que no se acerque al pozo, no por miedo a que se tire, sino porque allí pueden verla las vecinas. Sale la criada y entra Adela.

Bernarda le pregunta por Angustias. Estaba asomada a la rendija del portón, espiando a los hombres, la vio cuando iba a comprobar si las gallinas habían puesto. Un grupo de hombres se había retrasado. Bernarda llama a gritos a Angustias furiosa. Cuando llega le recrimina que estuviera mirando a los hombres, “¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre?”. Angustias trata de disculparse pero Bernarda está furiosa, la golpea con el bastón, la Poncia corre a sujetarla mientras Angustias llora. Bernanda las manda salir a todas.

Ya a solas, la Poncia la disculpa, no ha tenido mala intención, la vio espiando la conversación de los hombres desde la ventana. A Bernarda le puede su curiosidad, hablaban de Paca la Roseta, ataron al marido a un pesebre y se la llevaron a caballo hasta el olivar. Cuentan que ella iba tan conforme, con los pechos fuera, llevada por Maximiliano como si fuera una guitarra. Al día siguiente volvieron casi de día. Ella traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza. Es la única mujer mala del pueblo, es forastera, como también quienes se la llevaron, hijos de forasteros, “Los hombres de aquí no son capaces de eso”.

También contaban otras cosas que dan vergüenza y que la hija escuchó. Bernarda se indigna “Esa sale a sus tías; blancas y untuosas que ponían ojos de carnero al piropo de cualquier barberillo”. La Poncia le hace ver que sus hijas ya tienen edad de merecer, Angustias ya tiene 39 años y nunca ha tenido novio. Pero para Bernarda está bien así, no hay hombre de su nivel en el pueblo y no hay nada más que hablar, mejor que no se tome tantas confianzas, es solo una sirvienta. La criada anuncia la llegada de don Arturo, encargado de hacer las particiones. Bernarda sale a atenderlo mientras sigue dando instrucciones a la Poncia y la criada.

Entran Amelia y Martirio. Amelia se interesa por la salud de Martirio, si se ha tomado las medicinas. Aunque desganada lo ha hecho, la llegada del médico nuevo las anima. Ambas han reparado en el cambio experimentado por Adelaida, no asistió al duelo, el novio no la deja salir, ha cambiado, antes todo era alegría, ahora… “ni polvos echa en la cara”.  Pero hay más razones para no ir al duelo, el miedo a Bernarda, la única que conoce el origen de sus tierras: su padre mató al marido de la primera mujer para casarse con ella. La abandonó para irse con otra, luego con otra muchacha, la madre de Adelaida con la que se casó después de muerta loca la segunda mujer… Sin embargo, no está en la cárcel porque nadie se atreve a delatarlo. Y, aunque Adelaida no tenga la culpa de nada, esas cosas se heredan, el mismo sino que su madre y su abuela. Por eso Martirio opina que mejor ningún hombre, siempre les tuvo miedo, agradece a Dios el haberla hecho fea. La historia con Enrique Humanes fue un bulo, un día lo esperó en camisa detrás de la ventana, le había dado aviso de que iba, le dio plantón y fue a casarse con otra que tenía más, aunque era fea “como un demonio”. Lo que importa a los hombres es la tierra.

Llega Magdalena, ha estado paseando por las habitaciones, viendo los cuadros. Añora los tiempos antiguos, una época en la que las bodas duraban diez días y no había miedo al qué dirán. Amelia le hace ver que lleva desatados los cordones de los zapatos, pero a ella le da igual, “Una menos”. Pregunta por Adela, Magdalena le cuenta cómo se ha puesto el vestido verde que iba a estrenar en su cumpleaños para ir al gallinero y comenzar a gritar “Gallinas, gallinas, miradme”. Es la más joven, aún tiene ilusiones, a Magdalena le gustaría verla feliz.

Angustias pasa preguntando la hora, es muy tarde, casi las doce. Magdalena aprovecha para cotillear con sus hermanas: Pepe el Romano viene a casarse con Angustias, pronto mandará un emisario. Martirio y Amelia se alegran de la noticia, pero Magdalena les recrimina su hipocresía, también ella se alegraría si viniera por Angustias como mujer, “…pero viene por el dinero”, está vieja y enferma. Ahora que el padre ha muerto, se harán las particiones y vendrán a por ella, es la única rica de la casa.

La entrada de Adela las interrumpe, Magdalena le pregunta si la han visto las gallinas, Adela tenía ilusión por estrenar el vestido, pero solo se ha llevado las pulgas del gallinero. Magdalena le sugiere que se lo regale a Angustias para su boda con Pepe el Romano. A Adela le coge por sorpresa, no puede ser, pero eso justificaría el que saliera detrás del duelo y mirara por el portón. Ante las preguntas de Martirio, Adela se desahoga: “… este luto me ha cogido en la peor época de mi vida…”, no podrá acostumbrarse a vivir encerrada, perder la juventud, “Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a la calle! ¡Yo quiero salir!”.

Entra la Criada, anuncia que se acerca Pepe el Romano, todas corren a verlo menos Adela, la criada le insiste, finalmente se va hacia su cuarto desde donde podrá verlo mejor. Bernarda y la Poncia aparecen hablando de las particiones. Le ha quedado bastante dinero a Angustias, pero bastante menos a las otras. Bernarda recrimina a la Poncia que ande repitiéndolo. Llega Angustias con la cara muy compuesta y Bernarda se lo recrimina. Pero no era su padre y se enfrentan, no la dejará salir hasta que no se quite los polvos de la cara, Bernarda la insulta, acuden las hermanas. Magdalena le recrimina a Angustias que no discuta por las particiones, ella es la más rica, se insultan y Bernarda zanja la discusión, hasta que se muera será ella quien mande.

En ese momento llega María Josefa (madre de Bernarda) viejísima, con flores en la cabeza y el pecho. Pide su mantilla, sus anillos, su gargantilla, nada quiere que sea para las niñas, ninguna de ellas se casará. Se ha escapado, ella se quiere casar para tener alegría. Bernarda recrimina que la hayan dejado salir y ordena que sea de nuevo encerrada. Al final se la llevan arrastrando mientras sigue gritando ¡”Quiero irme de aquí! ¡A casarme a la orilla del mar!”.


ACTO II

Sentadas en la habitación, junto con la Poncia, las hijas de Bernarda están cosiendo el ajuar de Angustias. Falta Adela. La Poncia observa que la ve sin sosiego, como asustada. Todas están así menos Angustias, observa Martirio. Angustias está deseosa de salir de allí y Martirio trata de hacerla rabiar, igual que Magdalena. Hace calor.  Magdalena se levantó por la noche a refrescarse, igual que la Poncia, era tarde y Pepe aún estaba en la ventana. Las horas no coinciden y comienzan una discusión, si la Poncia lo oyó a las cuatro no podía ser él según Angustias. Pero la Poncia y Amelia están seguras.

La conversación se desvía hacia cómo se declaró Pepe el Romano, qué le dijo a Angustias la primera vez que se acercó a la reja: “Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y esa eres tú, si me das la conformidad”. Ella no dijo nada, el corazón se le salía por la boca, era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre…. Entonces, la Poncia cuenta su experiencia con Evaristo, como después de las buenas noches y media hora sin decir ni una palabra le dijo en voz muy baja: “¡Ven que te tiente!”. El hombre, a los quince días de la boda, deja la cama por la mesa y luego por la tabernilla, y “la que no se conforma se pudre llorando en un rincón”. La Poncia nunca se dejó dominar por su marido a quien estuvo a punto de dejar tuerto y otro día le mató a todos sus colorines, sus pájaros, con la mano del almirez.

Entre risas echan de menos a Adela, la llaman, y Magdalena va en su busca. Están preocupadas por ella, apenas duerme, Angustias lo achaca a la envidia, se le está poniendo mirada de loca. Adela se incorpora, tiene mal cuerpo, Martirio inquiere con segundas intenciones si es que no duerme bien, ella se excusa y se revuelve, le gustaría que nadie se metiera en su vida. La criada interrumpe la conversación, ha llegado el hombre de los encajes, pero la mirada inquisitiva de Martirio la hace saltar de nuevo, la acusa de vieja y jorobada. La Poncia la recrimina, pero Adela se defiende, Martirio la sigue continuamente, se da pena a sí misma, por un cuerpo condenado a no ser de nadie. La idea la rebela, su cuerpo será de quien ella decida. “De Pepe el Romano, ¿no es eso?”, le dice con intención la Poncia. El comentario sobresalta a Adela que la manda callar pero la criada insiste, se ha dado cuenta. La vio exhibirse medio desnuda con la ventana abierta el segundo día que Pepe el Romano vino a hablar con la hermana. Adela se echa a llorar, para la Poncia está claro que Angustias se morirá no resistirá el primer parto, entonces Pepe el Romano la eligirá a ella, la más joven y hermosa. “Pero no vayas contra la ley de Dios”. Pero Adela no está dispuesta a renunciar ni La Poncia a dejar de vigilarla. “No os tengo ley ninguna, pero quiero vivir en casa decente”. Adela la desafía, hará lo que le venga en gana y ella no podrá impedirlo.

La entrada de Angustias interrumpe la conversación y cambian de tema. Magdalena entra preguntando y mostrando los encajes, son para Martirio, pero Adela no está de humor. Magdalena no piensa dar una puntada y Amelia no está dispuesta a criar hijos ajenos, a sacrificarse por nadie para estar como las vecinas. Pero allí, según la Poncia, al menos hay risas. Unos campanillos lejanos anuncian el regreso de los hombres del trabajo.  Son los segadores que llegaron el día anterior, 40 o 50. Vienen de lejos y traen alegría. La Poncia cuenta cómo vino con ellos una mujer, bailaba y tocaba el acordeón, 15 de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Amelia y Adela se escandalizan, pero la Poncia las recrimina: es normal entre los hombres, ella misma dio dinero a su hijo mayor para lo mismo, “los hombres necesitan estas cosas”. No hay derecho a esa doble vara de medir, se quejan, a los hombres se les perdona todo; en cambio, “nacer mujer es el peor castigo”.

A lo lejos se escucha el canto acercándose: “Ya salen los segadores / en busca de las espigas / se llevan los corazones / de las muchachas que miran”.

A Adela le gustaría ir a segar, olvidar sus penas. Martirio se le enfrenta, “¿Qué tienes tú que olvidar?”. La Poncia las manda callar para seguir escuchando el canto: “Abrir las puertas y ventanas / las que vivís en el pueblo / el segador pide rosas / para adornar su sombrero”.

Adela propone verlos marchar desde su cuarto y suben, Martirio se queda porque “Me sienta mal el sol” –responde a su hermana Amelia. Esta le cuenta preocupada cómo le había parecido oír ruidos en el corral la noche anterior, tiene miedo, quiere avisar a su madre. Pero Martirio le pide que guarde silencio. La conversación se interrumpe cuando Angustias entra furiosa preguntando por el retrato de Pepe el Romano. Lo tenía guardado bajo su almohada. Ninguna lo tiene. Entran Poncia, Magdalena y Adela: alguna ha debido cogerlo, esconderlo. La discusión se corta con la entrada de Bernarda. Angustias se lo cuenta y Bernarda reacciona furiosa, ordena registrar todos los cuartos, las amenaza: “¡Esto tiene no ataros más cortas, pero me vais a soñar!”.

La Poncia regresa con el retrato, estaba entre las sábanas de la cama de Martirio. Bernarda comienza a insultarla mientras la golpea con su bastón. Angustias trata de detenerla mientras Martirio se excusa diciendo que todo ha sido una broma. Adela la desafía, que diga la verdad, pero Martirio se le revuelve, “otras hacen cosas más malas”, y echa en cara a Angustias que Pepe el Romano esté con ella solo por el dinero. Bernarda corta de raíz la discusión y las echa a todas de allí.

Ya a solas con la Poncia, se queja, piensa que lo mejor sería alejar de la casa a Pepe el Romano. Pero la Poncia ve más lejos, Bernarda debiera haber permitido que Martirio se casara con Enrique Humanos, era la más enamoradiza. Pero ese matrimonio era imposible, el padre de Enrique era un gañán. Y Bernarda está convencida de que no pasará nada. Pero la Poncia insinúa que ya está pasando y Bernarda la insulta, le exige respeto, gratitud y silencio… Su madre no era más que una furcia. A pesar de eso, insiste, cree que Pepe el Romano haría mejor casándose con Martirio o Adela porque es difícil desviarse de la inclinación natural. Pero Bernarda desoye sus advertencias, sus hijas nunca se atreverían a desafiarla.

Entonces la Poncia se lo cuenta: su hijo mayor vio a Pepe el Romano hablando con Angustias a las cuatro y media de la madrugada. En ese momento aparece Angustias, lo niega, es mentira, Pepe el Romano lleva más de una semana marchándose a la una. Pero ahora es Martirio la que se incorpora a la conversación: también ella lo sintió marcharse a las 4, hablaban por la ventana del callejón… Pero Angustias habla por la ventana de su dormitorio.

Adela se incorpora y aconseja a su madre que no escuche habladurías, pero la Poncia insiste, conviene averiguar qué está ocurriendo. Y Bernarda lo hará con sus cinco sentido a partir de ese momento. En la calle hay un gran alboroto, la criada avisa de un gran gentío que vocifera y acuden a ver qué pasa.

A solas, Martirio acusa a Adela, podría haberla delatado pero no lo hizo.  Adela le recrimina su falta de valor, ella hizo lo que la otra no se atrevió a hacer. Pero Martirio no está dispuesta a renunciar a Pepe el Romano y menos ante su propia hermana. Adela primero trata de justificarse: ella misma no lo hubiera querido así, pero se vio arrastrada como por una fuerza irresistible.

El tumulto exterior decae y van entrando. “La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién”. Para ocultarlo, lo mató y lo enterró bajo unas piedras. Pero unos perros lo desenterraron. La quieren matar. “Que vengan todos a matarla”, grita Bernarda, y Martirio se suma, pero Adela protesta, desearía que la dejaran escapar. Bernarda es inmisericorde: “Carbón encendido en el sitio de su pecado”. Adela está horrorizada, “No,no” –cogiéndose el vientre-.

ACTO III

La Poncia sirve la comida en el patio, en un aparte está la Prudencia. Cuando hace ademán de marcharse, Bernarda la retiene, llevan tiempo sin verse. Le pregunta por su marido al que tampoco ven. Prudencia explica que apenas sale desde que se peleó con los hermanos por culpa de la herencia. A la hija aún no la ha perdonado. Bernarda aplaude su actitud: “Una hija que desobedece deja de ser una hija para convertirse en enemiga”. Prudencia no está tan segura, a ella solo le queda ya el refugio de la iglesia. Un golpe en el muro interrumpe la conversación. Son coces del caballo garañón encerrado en el establo. Bernarda manda trabarlo y sacarlo al corral para que se tranquilice. Al día siguiente le echarán potras nuevas. Para la Poncia es admirable cómo Bernarda ha sabido gestionar su patrimonio siendo viuda. Ha llegado a tener la mejor manada. Un nuevo golpe hace que Bernarda estalle a voces para que se cumplan sus órdenes inmediatamente.

En tres días vendrán a pedir a Angustias. El anillo, con tres perlas, es precioso. “En mi tiempo, las perlas significaban lágrimas”, explica Prudencia. Angustias se consuela, las cosas cambian. pero no opina lo mismo Adela para quien los anillos debieran ser de diamantes. Bernarda zanja la cuestión y hablan de la dote, se ha gastado 16.000 reales, aunque para la Poncia lo mejor es el armario. Suenan las campanas y Prudencia se despide.

Adela se dirige al portón, quiere estirar las piernas; Amelia y Martirio la acompañan. A solas, Bernarda pide a Angustias que hable con su hermana Martirio y olvide el episodio. No importa que se odien pero quiere “una buena fachada y armonía familiar”. Después le pregunta por Pepe el Romano, acabaron de hablar a las 12:30, pero lo encuentra como distraído… “los hombres tenemos nuestras preocupaciones”. Bernarda le aconseja que no pregunte “…y cuando te cases, menos. Habla si él te habla y míralo cuanto te mire”, que nunca la vea llorar. Angustias se queja, debería estar contenta, pero no lo está. Esa noche no irá a rondarla, irá con su madre a la capital.

Entran Adela, Martirio y Amalia. La noche está muy negra. El caballo es tan blanco que parece un fantasma, sus coces resuenan en el establo. Adela mira las estrellas y Martirio la critica, a ella le interesa lo que pasa dentro de la casa, pero Adela sigue soñando con el cielo y los relámpagos que iluminan la noche, en esa oración a Santa Bárbara cuando hay tormenta. Para Bernarda, los antiguos sabían muchas cosas hoy olvidadas. Magdalena dormita y Bernarda la manda a la cama. Una a una van retirándose.

Llega la Poncia y Bernarda la recrimina, en su casa no pasa nada, sus hijas están tranquilas. Trata de sonsacarle información, pero la Poncia prefiere callar. Sus hijas no dicen nada porque no pueden pero la tranquilidad puede romperse en cualquier momento. La llegada de la criada interrumpe la conversación y Bernarda se retira también.

Bernarda no quiere ver lo que pasa –comenta la Poncia a  la criada-, ella ha intentado advertirle pero no puede ir más allá. “¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto”. Para Bernarda, no toda la culpa es de Pepe el Romano. Anduvo detrás de Adela, ella estaba loca por él, no debiera provocarlo porque “un hombre es un hombre” (44). No cree que acelerar la boda vaya a solucionar nada porque Adela está dispuesta a todo, también Martirio. No son malas, son “mujeres sin hombre, nada más”.

Aparece Adela, va a beber agua, está en camisón. La Poncia y la criada se retiran para acostarse. Los perros ladran sin cesar. Con la escena casi a oscuras, aparece María Josefa con una oveja en brazos. Cruza la estancia cantándole. Adela entra mirando con sigilo y desaparece por la puerta del corral, pero Martirio la está acechando, también en enaguas, cubriéndose con un pequeño mantón negro. Vuelve a aparecer María Josefa. Habla de forma incoherente, en voz alta. Habla de salir, de tener hijos, de ser libre. Martirio la empuja hacia su cuarto y la abuela se marcha cantando entre lágrimas. Ya a solas se dirige hacia la puerta del corral y comienza a llamar a Adela. Cuando aparece, despeinada, le exige que deje a Pepe el Romano, la amenaza con delatarla. No es decente interponerse en la boda de Angustias a pesar de no quererla, porque a quién quiere es a Adela. Martirio también está enamorada de él, finalmente lo confiesa. Adela se compadece, pero Martirio rechaza su abrazo. Adela está dispuesta a todo, no aguanta más “…estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea.”. Martirio no lo va a consentir.

Se oye un silbido y Adela acude a la puerta, Martirio se interpone y forcejean, Martirio comienza a llamar a voces a la madre. Bernarda acude y Martirio delata a su hermana. Adela se le enfrenta, le arrebata el bastón y lo parte en dos: “Aquí se acabaron las voces de presidio. Esto hago yo con la vara dominadora.”.  Aparecen la Poncia y Angustias que se da cuenta de que la escopeta no está en su sitio. Adela continúa desafiante: “Yo soy su mujer (A Angustias). Entérate tú…”.

Suena un disparo. Entra Bernarda: “Atrévete a buscarlo ahora”. “Se acabó Pepe el Romano”, sentencia Martirio. Adela sale corriendo. En realidad no lo ha matado, salió huyendo. Pero lo han dicho como escarmiento. Se oye un golpe. Adela se ha encerrado. La Poncia trata de abrir la puerta y Bernarda le ordena abrir. Finalmente, La Poncia logra entrar de un empujón, y sale gritando. Adela se ha ahorcado. Las hermanas se echan hacia atrás, Bernarda da un grito y avanza: “¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas.”. “Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! ¡A callar he dicho! Las lágrimas cuando estés sola… Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario